viernes, 8 de septiembre de 2017

Masaje, parte 2

Si no has leído la primera parte, la puedes encontrar aquí.

Nuevamente, al estar frente a la puerta del burdel, recordó lo que había vivido hace dos meses atrás. Tomarse una cerveza, tener una conversación con una extraña, revivir la vivencia de unos nervios que hace mucho tiempo que no sentía y tener un sexo que, con toda la seguridad del mundo, podía admitir que nunca antes había disfrutado tanto. Estuvo de pie durante unos instantes repasando todo lo que pasó y preguntándose a sí mismo por qué estaba de vuelta. Todavía no se había terminado de convencer a sí mismo de por qué estaba allá, pero eso no lo había detenido de conducir durante 20 minutos para llegar a través de la iluminada ciudad, carente del intenso tránsito vehicular que lo caracterizaba. Ésta estuvo prácticamente vacía, como quien invita a un alma perdida a encontrar su destino más aprisa.

Mientras todavía estaba inerte en sus pensamientos e indecisión, escuchó tras de sí una botella romperse que lo despertó de su trance con un gran susto. Sus ojos rápidamente identificaron al responsable: un vagabundo de gran barba blanca y figura encorvada buscando dentro del zafacón que estaba en la acera de enfrente, ignorando completamente la presencia del joven. Aprovechando que había vuelto en sí, tomó aire y entró al burdel.

Al pasar por la puerta principal sintió de repente cierto aire de familiaridad; minúsculo, pero ahí estaba. Todo el escenario era casi exactamente igual al que había visto la última vez que visitó el lugar. No es como si todo estuviese supuesto a ser diferente en tan poco tiempo, pero eso le inspiraba cierta sensación de nostalgia, totalmente confusa para él. Se adentró al establecimiento pasando frente a las personas que conversaban de pie junto a la pared, tratando de no interrumpirlos mientras se desplazaba. Pasaba sus manos disimuladamente por su pantalón mientras caminaba para así secarse el sudor, el cual producía menos que la última vez que visitó el burdel. Al igual que la ocasión pasada pasó directamente al bar desde que entró. Éste no era tan amplio, tenía espacio solamente para unas seis sillas, dos de las cuales estaban ocupadas por una pareja que parecía estar disfrutando mucho su conversación por la cercanía y las caricias que se daban en la esquina del bar. Al sentarse en la esquina opuesta fue abordado rápidamente por la bartender.

—Buenas noches, señor. ¿Qué le sirvo?

—Sí, quiero una cerveza, por favor —respondió antes de voltear a verla.

—¿Normal o light?

Light.

—A la orden —dijo la chica antes de ponerse en marcha.

Mientras la bartender buscaba su cerveza, el joven observó detenidamente el aspecto de esta. La chica, de buen aspecto y figura, vestía de una blusa blanca de seda con mangas largas, una falda negra que llegaba hasta sus rodillas y unos tacones poco pronunciados, también negros. Sus rizos castaños claros rebotaban mientras esta se inclinaba a tomar de la nevera las cervezas que estaban frías, interponiéndose delante de sus lentes negros. Apartó su cabello con un movimiento suave de su mano hasta detrás de la oreja de una manera tan elegante que casi parecía un acto de seducción. Cuando esta se irguió para llevar la cerveza al joven, éste notó que su contemplar se le notaba en la expresión de la cara, así que la cambió rápidamente antes de que la chica se diese cuenta.

—Aquí está su cerveza, señor.

—Por favor—respondió rápidamente el joven, sonriendo—, no me llame señor. Creo que tú y yo somos de edades similares.

—Lo siento, es el protocolo. Pero si usted lo pide puedo dejar de hacerlo.

—Sí, lo prefiero, pero me imagino que también se te haría más fácil llamarme de otra manera además de "señor".

La chica, la cual se encontraba preparando un trago en un pequeño vaso de shot, sonrió un poco y respondió:

—Me reservo el derecho de responder a ese comentario —dijo ella, mientras el joven daba su primer trago a su botella.

—¿Y se puede saber por qué? Ahora me dejaste curioso.

—Pues sucede que la edad es un tema muy sensible aquí. Acostumbramos no estar hablando sobre la edad de las mujeres que aquí trabajan ni nos ponemos a indagar sobre la edad de nuestros clientes. Algunos pueden sentirse inhibidos al saber o revelar más de lo que deberían.

—Entiendo, entiendo... —dijo el joven antes de dar su segundo trago. Apartó la vista un momento dándose la vuelta, pasando la vista por entre los presentes en la sala mayor, para volver nuevamente a los ojos de la bartender, la cual clavaba los suyos sobre él.

—¿Está buscando a una chica en específico, señor? —preguntó, mientras secaba un vaso de cerveza con un paño rojo.

—Puede ser, puede que no. Tal vez solo esté aquí por ti —dijo, levantando la botella como ademán de estar brindando.

—Entonces confirmo que usted no es cliente recurrente, ¿no? —el joven frunció un poco el ceño.

—¿Por qué lo dice?

—Usted pidió una cerveza light, eso lo dice todo —respondió la chica con seguridad. La cara de confusión que presentaba el joven hizo que ella tuviese que añadir algo más—. Instinto de bartender, caballero.

—Ya, entiendo. ¿Y qué tiene eso que ver con que venga al burdel por ti? —preguntó antes de seguir tomando.

—Que no es cierto que usted viene aquí por mí —respondió mientras ponía el vaso seco en su sitio. El joven notó nuevamente el vaivén de sus rizos al ella moverse, lo cual le pareció muy atractivo.

—¿Y toda esa información solo por escoger una cerveza light?

—A ver... ¿Vino usted aquí por mí?

—Pues... no —respondió, encogiéndose un poco.

—La cerveza, señor. La cerveza —dijo con tono victorioso mientras le levantaba una botella vacía de cerveza light. El joven sonrió.

En ese instante la pareja que se encontraba en la otra esquina del bar ordenaron una ronda de shots. La bartender se puso en marcha de inmediato y sirvió los tragos. Mientras todo esto ocurría el joven volvió a dar la vuelta y observar el panorama mientras terminaba su cerveza. Sus ojos recorrieron todos los rincones para después estacionarse sobre la escalera que llevaba a las habitaciones.

—Entonces sí vino buscando a una chica en específico —lo interrumpió la chica del bar.

—Eres bastante conversadora, ¿sabías? —comentó el joven, volteándose nuevamente hacia el bar con una sonrisa. La chica se encogió de hombros con una mueca en la boca y respondió:

—Para eso me pagan. ¿Quién es la chica?

—Nunca supe su nombre. Vine una vez, no hace mucho tiempo, buscando pasar un rato y ella me sedujo. Tiene el pelo corto y olía a frutas. No es tan alta, pero usaba tacos y es de tez clara.

—Pues es una descripción un poco vaga, señor —dijo mientras tomaba los vasos que había entregado hace unos instantes a la pareja del otro lado del bar—. Tendrá que esforzarse un poco más.

—De verdad que todavía no me acostumbro a que me llames "señor" —dijo casi riendo—. Al menos intenta con "joven".

—Está bien, ¡"joven"! —ambos sonrieron.

—Pues... recuerdo que me engatusó con sus masajes. Parecía muy orgullosa de sus habilidades en eso.

—¡JA! —interrumpió la chica—, vaya fiera que te ha tocado.

El joven se irguió un poco más y frunció el ceño. Con la seguridad con que la chica habló lo hizo entender que ya sabía de quién él estaba hablando.

—Entonces ya sabes quién es.

—Sin lugar a dudas. Todos conocer a Lauren por estos lados. Es la más popular de todas las chicas aquí —y de repente, después de pensarlo unos segundos, añadió sorprendida—. ¿Y me dijiste que ella fue hacia ti, habló contigo y te sedujo para acostarte con ella?

—Pues... así fue. ¿Por qué? —la chica, oyendo su respuesta, rió.

—No puedes negar que tienes la suerte del cervecero light...

martes, 25 de julio de 2017

No eres tú, eres tú

Créeme, he pensado en todas las razones habidas y por haber.

Repaso cada uno de los ratos buenos y ratos malos, cada suave brisa que podía traer algún recuerdo, cada sonrisa de los enamorados, cada ladrido de un perro, cada sonido de las hojas secas que piso.

Repaso principalmente cada raya de la acera que, con más detenimiento y dedicación del que debería ofrecer, estudio y medito si debería pisar o no.

Contemplo el vacío esperando que algo surja, inútilmente. Doy riendas sueltas a mi esperanza, donde sea que vaya, donde sea que debe dirigirse, aunque no sepa dónde. En esta vida nadie nace con mapas; y con su razón, pues nada que verdaderamente otorgue felicidad puede conseguirse con uno.

He pensado volverme fotógrafo para capturar todos aquellos lugares en los que he estado, donde quiero estar, donde quiero ser y volver a ser. He pensado tanto las cosas que creo que ya tengo otro título universitario: Licenciado en Análisis Innecesario.

Ya las películas de viajes al pasado no me parecen fantásticas ni imposibles. Ahora me maravillan las películas de ciencia ficción donde la gente verdaderamente puede viajar al futuro. Eso sí es difícil.

He dado tantas vueltas a ciertos temas que ya escucho voces de la nada, siento que me tocan al hombro y no es nadie, siento que me llaman sin saber de dónde, siento que me besan la mejilla durante la noche sin haber nadie en la habitación, siento que me pierdo sin siquiera haber emprendido el viaje.

Lo he pensado todo y no he concluido en nada. No siempre las matemáticas son exactas, pues durante mucho tiempo los números no cuadran. Ni siquiera mis dedos atinan en respuestas a operaciones simples.

Ya me cansé de pensar.

A fin de cuentas si nada es solución, entonces quizá nada sea problema. No eres tú, pero eres tú.

viernes, 2 de junio de 2017

El grillo

De los insectos se aprende mucho. Una noche contemplé cómo un grillo cortejaba. Antes de que pudiese hacer algo más, una sandalia aterrizó sobre él, poniendo fin eterno a su canto.

En ese momento aprendí que sí se puede buscar el verdadero amor. El problema está en que nadie vive lo suficiente para contarlo.

El físico teórico

Le pregunté una vez a aquel físico porqué era tan difícil descifrar el origen del universo. Contestó que era como preguntarle a una mujer por qué está molesta. Nunca te dirá, es imposible. Le pregunté por qué sigue intentándolo entonces. "Uno no abandona lo que ama", contestó.

Visión (microrrelato sin la letra A)

Dos compinches se dirigen en pos de un sitio donde dormir.
—¿Por qué lo dejó su mujer? —preguntó el compinche que es muy curioso.
—Distintos modos de ver el mundo —respondió el compinche que es ciego.

El hombre cuerdo


Don Quijote, mientras cabalgaba camino a su hogar, se topó con Caperucita huyendo de un cachorro juguetón. "¡Auxilio, me persigue un lobo!", lloraba ella. Quijote miró con desprecio la niña que alucinaba. Más adelante se encontró con Ricitos de Oro, quien lloraba ante tres osos de peluche. "¡Lamento haberme comido su sopa, no me hagan daño!", exclamaba entre sollozos. Miró a ésta también con desprecio.

Al llegar a su colina, contemplando su hogar rodeado de molinos, pensó orgullosamente: "Aquí es donde pertenezco, lejos de toda esa gente loca, rodeado de gigantes."




sábado, 27 de mayo de 2017

Espacio

Alguna vez deseé tener una casa grande, llena de muebles y juegos donde podría albergar a todos mis allegados.

Alguna vez deseé tener un corazon grande, capaz de amar al prójimo y poder ser empático con todos. Corazón grande y digno de poder ayudar a sanar cualquier herida y servir de refugio para quien quisiese entrar en él.

Alguna vez... Más que alguna vez, siempre que he querido tener algo quiero que sea grande. Es lo que desearía merecer.

Ahora que tengo algo grande, este vacío, todo este espacio por llenar, ¿qué debo hacer con él?

martes, 4 de abril de 2017

El verdadero pescador

"Cuando por fin estuvo en soledad, lejos de la algarabía que le celebraba su victoria, el pescador se inclinó un momento ante su pez, y le dio gracias, porque quien verdaderamente se sacrificó para hacer posible este gran momento fue él."



Felicidades, jefe. Te amo.

lunes, 3 de abril de 2017

Bitácora del marinero #1

Bitácora del Marinero

Escribo esto porque esta noche ha pasado algo muy extraño que me ha sobresaltado mientras dormía y ya no puedo conciliar el sueño. Además porque he visto al Capitán escribir en su bitácora y siempre he querido yo también. Bajo la luz de las velas y enfrentando el frío que hace esta noche escribo estas palabras para describir lo que escuché.

Como simple marinero de este barco, duermo  profundamente todas las noches debido a la gran carga de las labores del día a día. Todos los marineros dormimos así, no son tareas fáciles y no todos los cuerpos lo aguantan; mucho menos hacerlo todos los días. Pero extrañamente, justo esta noche, tuve el sueño ligero.

Me levantaron los pasos de una persona que caminaba sobre el piso del barco, el cual está justo encima de nuestro dormitorio. El sonido que provocaba su caminar me despertó y me espantó por alguna razón que desconozco. Por un instante pensé que podía tratarse de algún pirata infiltrándose en el barco, por lo que tomé mi navaja y me deslicé rápidamente hacia la escotilla sin hacer ruido para confirmar quién caminaba sobre la cubierta. Asomando mi cabeza hacia fuera, iluminado por la tenue luz que ofrecía la Luna, identifiqué la silueta del Capitán.

Creí que estaba despierto a esta hora para actualizar la ruta o hacer algún pequeño giro al timón, pero en cuanto vi que pasó de largo a este último y caminó hacia la punta de la proa desistí de volver a la cama. Era extraño, estaba confundido y asustado, ¿se iba a suicidar el Capitán? Estaba de pie en una posición algo peligrosa, en la que cualquier choque fuerte de alguna ola lo podría sacar de equilibrio y lanzarlo al oscuro mar. Cuando me preparé para saltar y advertirle sobre el peligro, éste empezó a gritar:

—¡Esta ancla, la cual cargué conmigo por tanto tiempo, ya no me será más un obstáculo para mover mi barco, sino, más bien, una ayuda para mantenerme en el puerto al cual debo llegar!

Después de unos segundos en el que contempló el vacío que se encontraba frente a él, como si hubiese esperado respuesta de aquel abismo, bajó de la proa y se dispuso a volver a sus aposentos nuevamente. Me di la vuelta para ver si alguno de los otros marineros había visto o escuchado lo mismo que yo, pero todos seguían durmiendo.

Con el corazón un poco acelerado y con más preguntas que respuestas volví a mi cama a escribir esto que acaba de suceder, con el consuelo de que me ayude a poder conciliar el sueño nuevamente. Espero que me sirva.

También espero, algún día, entender qué sucedió aquí.

sábado, 1 de abril de 2017

El crimen

—Entonces, según dice este reporte, usted ha cometido un crimen bastante serio —dijo el oficial, después de ojear las dos páginas que tenía dentro la carpeta en su mano.

—Así es, oficial —respondí, con toda la calma que en mí nacía.

—Lo veo demasiado tranquilo pese a la gravedad del crimen cometido —comentó con cierta curiosidad, la cual podía leer en su cara.

—Pues es porque lo estoy, oficial —dije mientras miraba el techo, perdiendo mi mirada en el vacío. Incómodo, el oficial se levantó y lanzó con cierta molestia la carpeta a la mesa que nos separaba.

—¿¡Sabe usted exactamente lo que es eso!? —exclamó. Esta vez bajé mi cabeza despacio hasta clavar mis ojos a los suyos.

—Totalmente. Es más, si quiere le puedo contar todo con lujo de detalles, señor oficial.

En ese momento, sin dejar de mantener su consternada expresión en su rostro, sacó su grabadora, la encendió y la puso encima de la mesa. Cuando me aseguré de que todo estaba listo, empecé:

—Todo el tiempo siempre anduvimos de la mano. Todos los días ese niño se aferraba fuertemente a mí y no me dejaba ir. No es que me molestase, pero hay un día en el que ya es suficiente, en el que solo te dices a ti mismo "ya basta". Esta mañana en el supermercado anduvimos por los pasillos haciendo las compras de todas las semanas: huevos, leche, mantequilla, anhelos, sueños, esperanzas, deseos... Lo de siempre. De repente este estúpido niño me hala del brazo en uno de los pasillos y empieza a pedirme que le compre un dulce. El dulce de siempre. El dulce que pide y por el que lloriquea cada vez que vamos al supermercado. Me tira del brazo y me pide que no pase de largo, que quiere este dulce, que se lo compre. Le digo que no y que deje de pedir, que tenemos que seguir adelante y terminar las compras, que hay cosas más importantes que eso... pero él no escucha. Solo quiere satisfacer su deseo, solo quiere ese dulce. Le recrimino que su conducta es inaceptable, que no debe hacer eso, que debe obedecer; pero todo en vano. Cuando mi paciencia no pudo más, en un momento de descuido de su parte, liberé mi mano de la suya y me aparté de él. Por un instante dejó de llorar, sorprendido y asustado; nunca nos habíamos soltado de la mano. Empezó a caminar hacia mí buscando mi mano nuevamente, pero no la encontró, no lo dejé. Tomé mi canasta con las compras y di la vuelta por el pasillo siguiente. Él corrió tras de mí llorando, pero fue muy fácil perderlo. Conozco el supermercado como la palma de mi mano, mientras que él solo sabe dónde se encuentra uno que otro dulce que siempre quiere. Tras perderlo y dejarlo llorando en algún rincón, fui directo a la caja, pagué por mis cosas y me fui.

Al terminar, el oficial me miró con asco a los ojos por unos segundos más. Se nota bastante que es padre de hijos pequeños. Se levantó y me preguntó, con aparente dificultad de no golpearme y tirar todos mis dientes:

—¿Está usted confesando justo ahora que ha abandonado a su infantil anhelo a propósito?

Nuevamente clavé mis ojos en los suyos y respondí:

—Sí, señor oficial—entonces sonreí—. Y gustosamente volvería a hacerlo otra vez.

jueves, 30 de marzo de 2017

La huída

Busqué huir
bien lejos de aquello que
durante tanto tiempo
persiguió mi paz.

Intenté encontrar quietud
entre las paredes de mi habitación
bajo la comodidad de mi almohada,
rodeado de la calidez de mis sábanas,
anidado en mi espacio...
Mío,
pero que ya no era solo mío.
Y allí no pude encontrarla.
Paz escurridiza.

Me alejé y busqué en los parques,
en los lugares públicos,
entre desconocidos,
entre música, risas y conversaciones distantes.
Busqué ahogar y saturar mi mente,
llenarme de todo aquello que no importaba,
haciendo frente a todas aquellas cosas
que eran importantes
y no debían serlo.
Pero la paz no merodeaba en esos rincones.

Por último busqué en los campos,
a kilómetros, muchos kilómetros de los afanes.
Me interné con esmero en aquellos rincones olvidados de la tierra,
aquellos lares recordados solo por un puñado de campesinos
que todavía no sucumben al tiempo,
cuyas canas pueden contar toda la historia
de una vida llena de significado.
Me aventuré en la penumbra aislada del olvido,
donde las luces vacías de la ciudad no encontraban camino,
donde el ruido del pueblo era un mito,
donde la brisa fresca y pura sanaba todo mi interior,
y donde solo la Luna podía saber con certeza donde estaba,
única testigo de mi desesperada búsqueda.

Y ni así,
ni el rincón más aislado de mi tierra,
donde pocas huellas en la historia han dejado su marca,
donde pocas voces se han sumado a la brisa,
donde el polvo no se adhiere a ningún pie,
donde nada tiene dueño
y el terreno es virgen...

Ni así pude encontrar paz.
Ni así puedo escapar de tu voz.

jueves, 16 de marzo de 2017

Quiero llevarte

—Yo como que quiero llevarte.

—¿Llevarme a dónde? —preguntó ella, extrañada.

—Quiero llevarte donde la paz y el entorno son uno. Donde estuvimos supuestos a nacer y morir juntos, donde a veces el polvo bajo nuestros pies es un lujo y un placer. Donde puedo verte levantarte y sonreírme cada mañana con la misma sonrisa con la que volverías a la cama conmigo. Donde la lluvia nos lleve siempre al delirio en cada ocasión, y cada gota que toca nuestro suelo sea una bendición.

—Anjá, continúa...

—Quiero llevarte a un lugar donde el calor pueda compararse solo con el de nuestro amor, y donde el frío sea la razón por la que nuestros cuerpos estén siempre juntos. Quiero que un espacio pequeño sea más que suficiente para nosotros. Deseo llevarte a los confines de la tranquilidad, donde todos creen que no hay nada, y hay todo. Donde quienes nos rodean no puedan evitar que cosechemos lo que sembremos. Quiero que estés conmigo en ese cielo que tú y yo construyamos, contemplando todas las noches las melodías y obras de arte que tiene el Creador para nosotros. Aquel lugar donde solo nos es posible suspirar amor. Donde tu piel y la mía no rocen, sino que se mezcle. Quiero llevarte a un lugar hermoso.

—No terminas de decir a dónde quieres llevarme, tonto —dijo entretenida.

—Quiero llevarte al campo, amor —dijo él con una sonrisa.