martes, 25 de agosto de 2015

Mi superheroína

Mi heroína es rubia.... más o menos.


Entre los temas de conversación que surgen al paso de los meses siempre resulta frecuente -sea por el círculo de amigos que tengo o no- el tema de los superhéroes de cómics. El eterno debate entre quién es mejor y por qué puede ser largo y agotador, pero para quienes ya tenemos experiencia en estas torturas sociales solo nos limitamos a decir quién es y una pequeña síntesis del porqué.

En mi caso la respuesta siempre es Spiderman, y quienes me conocen saben por qué. Pero les apuesto a que ninguno de ustedes sabe cuál es mi superheroína favorita. Por este motivo, mis lectores, les escribo esta entrada, para que la conozcan:

Mi superheroína favorita no lleva máscara ni disfraz.
No lo necesita, pues es tan temible que nadie se mete ni con ella ni con los suyos.

Mi superheroína favorita es sumamente fuerte.
Puede cargar con sus problemas y los de todos con solo una mano.

Mi superheroína favorita es versátil.
Se adapta a cualquier ambiente, no se deja morir (aunque no respira bajo el agua).

Mi superheroína favorita es invencible.
Las estadísticas hablan por ella, no ha perdido una pelea.

Mi superheroína favorita es sumamente inteligente.
Conocedora de todo, se destaca en el arte del saber.

Mi superheroína favorita es altruista.
Ella es de quienes la merecen, y hasta de quienes no.

Mi superheroína favorita es increíblemente capaz.
Hace de todo, con pocos recursos, y en menos tiempo que todos los demás.

Mi superheroína favorita es exageradamente resistente.
Es como el junco: se dobla, pero nunca se rompe.

Mi superheroína favorita es súper empática.
Siente la alegría y los males de los demás, y los hace suyos.

Mi superheroína favorita sabe cocinar, y lo hace muy bien.
Pueden creer que es tonto, pero para esta generación, eso es un súper poder.

Mi superheroína favorita es joven.
Es la envidia de todos sus mayores.

Mi superheroína favorita está llena valor.
Es una de sus armas más brutales. Esa chica es puro coraje.

Y, por sobre todo...

Mi superheroína favorita nunca ha fallado en estar ahí para mí.
Será porque nunca ha dejado de estar pendiente a mí,
o porque su habitación está frente a la mía.

Te amo, Mani.

viernes, 21 de agosto de 2015

Balcones, final

¿Vino solo para dos, o dos solo por el vino?
Si no has leído la tercera parte de esta historia, encuéntrala aquí.
Si quieres leer esta historia desde el principio, empieza aquí.

—Jóvenes, sus platos —dijo el mesero, mientras ubicaba los humeantes recipientes sobre la mesa.
Rayza y Alejandro apartaron su vista de las luces de la ciudad y se dispusieron a ponerse sus servilletas sobre sus piernas. El olor empezaba a inundar el ambiente, y era bastante agradable. La orden de Alejandro había llegado encima de una tablilla de madera un poco gruesa, con el corte de carne bien jugoso por encima, junto a un poco de puré de papas con una verdura, la cual no pudo identificar. El plato de Rayza era uno bien moderno con un muy bonito diseño circular y un poco hondo, color blanco. Los camarones y la salsa que la cubría adornaban el fondo blanco de un exquisito naranja pálido bien distribuido.
Ambos contemplaron sus platos con agrado por unos segundos, tiempo que aprovechó el mesero para retirarse nuevamente. Sin perder más tiempo, tomaron sus cubiertos y empezaron a probar. La comida, como había esperado Alejandro al momento de haber elegido el lugar, estaba deliciosa, y podía notarse en los rostros de ambos. Mientras comían se daban miradas rápidas entre ellos, tensas, tímidas. Alejandro sabía que si permitía que esto siguiera pasando la cita terminaría en un fracaso así que, en un intento de hacer la cena más fluida, volvió a incitar la conversación.
—Estuve pensado un poco en eso que dijiste, y creo que tienes mucha razón —dijo él—, pero creo que no se puede ser tan fatalista al respecto.
—¿A qué te refieres? —preguntó Rayza, algo confundida.
—Me explico. Te incomoda el hecho de que yo todavía no tenga un rumbo definido, o qué se yo. Digo, eso es lo que estoy percibiendo. ¿Me equivoco?
Rayza se mantuvo comiendo de su plato durante unos segundos, que parecieron largos, y luego se limpió la boca con la servilleta y fijó sus ojos en Alejandro.
—He sufrido mucho por gente que no está clara sobre lo que quiere —dijo ella son un tono serio—, y no tengo la intención de volver a eso.
—A ver, ¿de qué manera te han hecho sufrir? —pregunta Alejandro sin dejar de comer y mirar su plato. Eso ofende un poco a Rayza, y la pone en duda de si él lo está haciendo intencionadamente o no, pero continúa hablando.
—Gente que no está clara de qué es lo que quiere en su vida no puede estar en una relación. Quien no está claro de eso no puede estar claro también de qué quiere con su pareja, no llegarán a ningún lado, no terminará bien esa historia, siempre acaba en desastre. Ya me ha pasado que he estado con personas que son demasiado aéreas y creen que la vida es un relajo, y por eso hacen lo que hacen. Me han herido, me han dejado en muy malos momentos, me han dado excusas terribles, me dejan debastada. Son lo peor, te lo digo —dijo para terminar, y volvió a su plato con el ceño fruncido.
Alejandro más o menos entendía por qué lo decía. Ya había ganado algo de confianza con ella hace un tiempo y conversaban por el celular sobre esas cosas, aunque no fuese con mucha profundidad. Aún entendiendo, a un grado aceptable por lo menos, no estaba de acuerdo.
—Creo que tienes un problema —dijo calmado. Ella reaccionó de una manera algo violenta, dejando de comer, sonando los cubiertos en el plato y abriendo mucho los ojos, fijándolos en él; al parecer porque ella esperaba haber sido contundente con su argumento. Alejandro lo percató de inmediato y buscó explicarse—. Espera, déjame explicarme. Creo que tienes un problema de confianza.
—¡Pues claro que voy a tener un problema de confianza!
—Y ese es el problema. O sea, puede ser que yo esté equivocado, no digo que no, pero pienso que no puedes generalizar y atribuirle una cosa a un grupo. No todo el que no está claro de lo que quiere hacer te va a hacer sufrir. Las razones por las que una persona hiere a otra pueden ser mucho más variadas y profundas. Es tan así, que el hecho de que sean personas no seguras de lo que quieren a largo plazo puede ser una coincidencia. A lo mejor uno te hizo daño porque es su primera vez en una relación, otro porque sea una persona que todavía no sepa manejar bien las diferencias con otras personas, y no porque sea mala, sino porque le falta crecer en ese sentido; otro porque a lo mejor tiene un trauma y no lo sabes, y a lo mejor ni esa misma persona lo sabe... las razones son demasiadas y muy complejas para que lo atribuyas a eso.
—Ja... —sonrió sin gracia—, lo dices porque ni has pasado por lo que pasé.
—¿Y te vas a rendir por eso? —respondió rápidamente Alejandro dejando los cubiertos, los cuales no había soltado en ningún momento desde que empezó a comer. La conversación, aunque ya estaba siendo fluida, estaba muy intensa.
—¿Qué? —preguntó Rayza, ofendida.
—A ver... siempre me has dicho que buscabas ser feliz en la vida, que esa debe ser la meta última de la gente en "este corto espacio de tiempo". ¿Pero crees que traumarte y vivir del miedo es la mejor manera de conseguirlo? Mira cómo ni estábamos hablando sobre relaciones amorosas y parejas, y fuiste tú quien metió el tema de lo mucho que has sufrido por tus ex parejas. Óyeme, ¿y crees que es fácil encontrar a la persona ideal? No hay persona ideal, Rayza. Solo 'quien más se acerca', o 'con quien me siento cómoda y acompañada'.
—Ya me he cansado y hastiado de estar equivocándome con la gente, Alejandro.
—¡Y por eso estoy tan molesto contigo, cuando ni siquiera me compete en lo absoluto! Cansarse es rendirse, y rendirse es no lograr nada, no conseguir lo que quieres.
—¿Y quién te dijo que me he cansado de "intentar"? Solo digo que no quiero estar con quien no esté seguro de lo que quiere.
—Lo sé, y ahí voy a caer. ¿Y qué pasa cuando alguien no está seguro de lo que quiere hacer a largo plazo, pero está bien seguro de que te quiere?
La pregunta sacó de balance a Rayza, que frunció un poco menos el ceño y casi balbuceaba, tratando de poder responder a eso, pero no pudo. Alejandro aprovechó y continuó su argumento.
—Tienes que entender que la gente no es perfecta, y está llena de errores, de defectos, de dolencias, de carencias. Las personas somos inestables, todavía cuando somos adultos estamos en crecimiento, nuestra forma de pensar todavía puede cambiar, la vida nos puede llevar a otras circunstancias y formas de vivir. Quien no está seguro de algo hoy, mañana puede estarlo. MÁS AÚN, quien hoy está seguro de algo, ayer tal vez no lo estaba.
—¿Y es mi trabajo, siquiera, hacer que la gente se encuentre? —preguntó nuevamente ofendida.
—No. Pero los estás rechazando, y ese rechazo no es bueno.
Después de un largo silencio de ambos mirarse fijamente, Rayza bajó su vista a los pocos camarones que quedaban en su plato. Tomó su tenedor, se llevó un camarón a la boca y dijo más calmada:
—Es como dices... —Alejandro se sorprendió de que ella estuviese de acuerdo con él, pero luego ella se explicó mejor, lo cual lo bajó a la realidad—. Puedes estar equivocado.
—Sí, puede ser... Incluso, es muy posible.
—Y no quiero que te vuelvas a meter en mi vida privada.
Alejandro, decepcionado, tomó también sus cubiertos y se dispuso a terminar su plato.
—No me vuelvas a dejarlo hacer, entonces.
—No lo haré.
Así transcurrió la cena, con un ambiente tenso e incómodo, después de semejante discusión tan explosiva en la que, sin darse cuenta, ya se habían conocido más el uno al otro de la manera que realmente importaba. Luego de terminar sus platos hubo unos minutos más de intercambiar ciertas palabras sobre la fachada del restaurante, una anécdota de un atoramiento de un alimento en la garganta y de la crisis económica del país. Después de Alejandro haber pagado la cuenta, a los 15 minutos, ya estaban ambos en la parte baja del restaurante esperando el taxi que tomaría Rayza.
—Lamento que esto haya terminado así —dijo Alejandro arrepentido, y decepcionado de sí mismo. Rayza no respondió.
Al llegar dicho vehículo, le abrió la puerta, ella entró y se sentó.
—Adiós —dijo ella, secamente.
Alejandro no sentía bien que todo terminara de esta manera. Estaba seguro que desde que cerrara esa puerta, ya tal vez ni siquiera vuelvan a hablar. Y no es que estaba mal, no era obligatorio que mantuviesen las relaciones después del encontronazo que tuvieron, y él lo sabía... pero él no quería, y él es de los que "hacen cuando sienten", porque cree que es lo correcto. Hace tiempo que se había decidido a vivir del presente, y no del "qué hubiese pasado si...".
—No dejes que la vida te pase por encima solo por temor —le dijo, mientras ella se mantenía inmutada mirando hacia el conductor—. Perderte de las mejores cosas de la vida, que por cierto, no son cosas, por miedo a equivocarte... A eso sí debes tenerle miedo.
Alejandro cerró la puerta, y pasó a la ventana del copiloto, donde le habló al taxista.
—Cuídeme esa muchacha.
El chofer asintió, y se fue. Luego de esto, Alejandro tomó rumbo hacia su vehículo, que estaba estacionado a una esquina del restaurante. Mientras caminaba, dio un pequeño repaso en su cabeza sobre lo ocurrido esa noche, y concluyó en que hizo lo correcto, o que por lo menos no debía arrepentirse de nada, porque era lo que tenía que pasar. Estaba tranquilo, ya que fue fiel a sí mismo y a lo que sentía; cosa que no sentía que ella estuviese haciendo.
Pero ya de eso sabrá ella, al igual que lo que vaya a pasar de ahí en adelante.
Fin.

lunes, 10 de agosto de 2015

Balcones, tercera parte

Foto tomada del Restaurante Hotel "Balcón de Córdoba"
-.En un paisaje similar ocurre nuestra historia.-
Si no has leído la segunda parte de esta historia puedes encontrarla aquí: "Balcones, segunda parte"

El Sol emitía sus últimos rayos pasadas ya las siete de la noche, y Alejandro sentía que sus nervios se elevaban a cada instante que pasaba. No tenía ni diez minutos sentado en la mesa para dos de aquel balcón del restaurante "Estamos", ubicado en la Zona Colonial, y ya sus manos estaban sudando. Hacía milenios que no tenía una cita con alguien.

Mientras esperaba a la chica, recordó lo que tuvo que pasar para llegar a este momento. Trajo a su cabeza secuencialmente cada cosa que transcurrió en el lapso de unos días para que este encuentro sucediera: La selección de su ropa, la visita al apartamento de su tía, la salida al balcón, la primera vez que vio la chica, el desastre del vino, la conversación que tuvieron, la despedida, el número de celular, los mensajitos por Whatsapp, las notas de voz, el atrevimiento de Alejandro de proponerle ir a cenar, su respuesta afirmativa... Y ahí estaba, bien vestido, con un poco de gelatina en el pelo, con una camisa de cuadros roja remangada, jeans y unos zapatos negros. Se veía bien por fuera, pero estaba vuelto un estropajo por dentro.

—Rayza, ¿eh? —dijo el nombre de ella para sí mismo, con una perceptible sonrisa nerviosa.

Se la pasaba preguntándose de qué hablarían, cómo lo harían, sobre qué cosas no le gustaría a ella que le mencionara, halagos, acuerdos y desacuerdos, buscaba recordar sobre las cosas que ella -en conversaciones anteriores por chat- había mencionado que le gustaban, las que no le gustaban... Estas cosas debió haberlas pensado antes, pero no lo hizo, y ella no había llegado todavía, así que cualquier cosa que pudiese recordar o planear resultaría de ayuda.

Para su desgracia solo pudo recordar cuando una vez dijo que le gustaban mucho los mariscos, porque justo en ese preciso momento reconoció el rostro de ella entre los presentes en el restaurante al aire libre, dirigiéndose hacia él. "A la mierda todo", pensó para sus adentros. Llevaba un lindo vestido púrpura casual, con valerinas negras, y su hermoso pelo largo y rizado recostado sobre sus hombros y espalda. Alejandro cortésmente se levantó de su asiento, la saludó y la ayudó a sentarse, e inició la conversación una vez estuvieron ambos cómodos en sus asientos.

—Ya era hora de que por fin me dieras mis clases de "bebienda discreta" —bromeó Alejandro.

—No empieces —respondió Rayza con una sonrisa—, ya te dije que es simple etiqueta y protocolo.

Rápidamente se acercó un mozo, el cual se había percatado de la llegada de Rayza a la mesa. En su típica vestimenta formal, se dispuso a entregar dos menús para que los jóvenes pudiesen escoger su cena. Al marcharse, Rayza se tomó unos segundos para mirar el menú, y luego apartó la vista para mirar mejor la ciudad desde su asiento. Era un bonito paisaje nocturno.

—Excelente elección la tuya de venir a este lugar, Alejandro.

—Muchas gracias. Me pareció especial, pero sobre todo adecuado —dijo sin quitar la vista al menú.

—¿Adecuado por qué? —preguntó ella curiosa.

—Pues... nuestro primer encuentro fue excepcional para mí, y eso hizo que los balcones adquiriesen un importante valor desde ese momento. Por eso quise continuar con la costumbre —y clavó sus ojos en los de ella con cierta ternura.

—Wao, no sabía que eras tan detallista —dijo Rayza muy halagada, y hasta casi sonrojada.

—Yo tampoco —pensó Alejandro, mientras volvía a estudiar su menú, ocultando una sonrisa infantil y victoriosa.

Al cabo de unos minutos el mesero volvió para anotar sus órdenes. Alejandro ordenó primero: un corte de res a medio cocer, acompañado de una copa de vino tinto. Era la primera vez que ordenaba vino en un restaurante. Rayza, al ser cuestionada sobre lo que deseaba ordenar, cerró el menú y dirigió una mirada coqueta a su acompañante y dijo:

—Dejaré que el caballero decida por mí esta noche — expresó, como poniéndolo a prueba. Alejandro, sintiendo el desafío, aceptó.

—Con gusto —respondió Alejandro mientras se esforzaba por verse confiado. Tomó nuevamente el menú, echó una pequeña ojeada y culminó con lo siguiente... —. Traiga, por favor, un plato de camarones grandes, bañados en salsa de langosta, y una copa de vino también.

Hizo una pausa, miró a Rayza a los ojos nuevamente y sonrió antes de continuar.

—Y que sea blanco, por favor —y cerró su menú.

El mesero terminó de escribir la orden, recogió las cartas y se marchó. Rayza no podía ocultar una expresión incrédula en su rostro, la cual Alejandro percató.

—¿Qué? ¿Lo hice mal? ¿O es que te sorprenden mis habilidades de selección?

—Con lo poco que conozco de ti voy a deducir lo siguiente... —se inclinó un poco hacia él y lo miró fijamente —Acertaste sobre que prefería mariscos, ese punto te lo doy. Pero cuando elegiste el vino, lo hiciste sin saber por qué carajos era mejor el vino blanco. ¿Estoy en lo cierto?

Alejandro, buscando salvarse de la acertada acusación, respondió:
—¡Claro que sí sabía!

—A ver... ¿por qué es preferible el vino blanco por encima del champán espumoso para los mariscos? —preguntó Rayza con una sonrisa vencedora.

—Pues... hmmm... ¿porque los camarones ya hacen espuma en el agua? —respondió intentando ser gracioso. Rayza suspiró y respondió.

—Es de creencia popular que, como la carne de los mariscos no es roja, se pueden consumir acompañadas de vino blanco, a diferencia de las demás carnes, como la de res. De todas maneras una opción segura siempre es el vino champán, ya que al ser más ácida resulta más armonioso con los langostinos o, en este caso, camarones, que son similares. Pero... —antes de continuar relajó un poco más la postura y tranquilizó un poco a su acompañante— fue un buen intento, chico.

—Bleh... —refunfuñó Alejandro, mientras se recostaba hacia atrás de su asiento y sentía el amargo sabor de la derrota —debí pedirte agua desde un inicio.

—Si lo hubieses hecho no hubieses aprendido ahora eso que te dije, y... —Rayza empezó a jugar un poco con su servilleta en la mesa— si lo hubieses en casa de tus tíos no me hubieses conocido.

—Ok, lo admito, tienes toda la razón. Ganas esta vez.

—¡Waaaaooo! —exclamó sorprendida Rayza. Alejandro puso una cara de extrañado y preguntó qué pasaba. Rayza respondió: —Aún no me acostumbro a escucharte admitir algo. Se siente bastante bien, en verdad.

—Oh, vamos, no soy tan así... ¿o sí?

—Eres un poco arrogante, ¿sabías? Digo, no estoy diciendo que eso sea algo bueno, pero es tu forma de hacer comedia, y lo entiendo. Es parte de quien eres.

A Alejandro no le gustó mucho lo que escuchó y se sintió nuevamente acorralado. Intentó fingir seguridad y se quedó mirándola fijamente a los ojos mientras respondía con una sonrisa:

—A ver, que ya se te subieron los aires a la cabeza solo porque estudias psicología. ¿Por qué dices que soy arrogante, señorita Freud?

—Te conozco lo suficiente como para poder decir lo siguiente: tu estilo de humor es bastante sarcástico y dependiente de los errores que cometan los que te rodean. Me explico, utilizas cualquier desliz de cualquier persona para hacer un chiste al respecto, aumentando así tu ego y ocultando tus propios defectos. Además del hecho de que usas el sarcasmo como medio de defensa cuando te sientes atacado. ¿O me equivoco, "señorito Freud"?

—Bueno... supongo que ya he sido expuesto —dijo Alejandro, sonriendo, ya que sabía que ella tenía razón otra vez—. ¿Y qué se dice de ti, Rayza? No estoy estudiando psicología como tú, así que no puedo hacerte un diagnóstico. ¿Te has estudiado a ti misma?

—Constantemente lo hago, y no hay que ser psicóloga ni nada por el estilo para uno estudiarse y evaluarse. Es algo que todos deberíamos hacer de vez en cuando, en realidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó con genuina curiosidad.

—Ya sabes... una introspección. La gente tiene que revisarse constantemente y conocerse. Tiene que saber por qué hace las cosas, analizar su pasado y sus consecuencias en el presente, por qué uno es como es, saber qué quieres para el futuro... Uno no puede andar por la vida sin conocerse a sí mismo, o saber hacia dónde uno va.

Alejandro escuchaba atentamente a lo que Rayza tenía que decir, ya que se sentía identificado. Alejandro, ya recién graduado de la universidad, no tenía planes para el futuro. Se quedó pensando sobre eso un momento hasta que ella lo sacó de su pequeño trance preguntándole:

—¿Y qué te depara el futuro a ti? ¿Para qué estás trabajando?

—No... no quiero sonar muy aéreo, ni ingenuo ni nada, pero... no estoy seguro de qué quiero hacer ahora que terminé de estudiar. Me siento algo perdido —dijo, mientras se recostaba de su asiento y desviaba su mirada hacia el paisaje, consciente de que su lenguaje corporal delataría su inseguridad más aún ante Rayza, pero ya no valía la pena seguir fingiendo algunas cosas.

Rayza pudo sentir un poco de cómo se sentía Alejandro por escucharlo expresarse, por su manera de actuar y con el tono en el que hablaba. Es una de sus virtudes ser tan perceptiva. Pero el hecho de que ella pudiese sentir un poco más como él no le favorecía a Alejandro en absoluto, al menos no para los fines que él quería. Deseaba impresionarla, poder dar la impresión de ser un joven maduro e interesante con el cual ella pudiese estar, sentirse segura... pero si ni él podía sentirse seguro consigo mismo, ¿cómo lo iba a lograr?

Después de un incómodo minuto de silencio, el momento fue interrumpido por el mesero, quien traía las copas y la botella de vino que Alejandro había ordenado. Después de servirlas, el mesero les avisó que sus platos ya estaban listos, y que en un momento los traería. Al marcharse, Alejandro pasó su vista ante el rostro de Rayza y notó algo de incomodidad, estando ella también mirando el paisaje. Tomó su copa de vino, la estudió un poco y pensó para sus adentros:

—Al menos sí sé hacia dónde va este vino —y tomó un sorbo.

Continuará....