miércoles, 23 de diciembre de 2015

Migajas del tiempo

Durante muchos soles y lunas
busqué con desespero
la fosa donde lanzar mis anhelos,
y el pozo por el cual recibiría,
al fin y nuevamente,
el agua que habría de seguir bebiendo
para sentirme con vida.

Mientras buscaba en éste desierto
tremendo e inclemente,
no hacía más que tropezar torpemente,
caer y rodar sobre las cálidas dunas,
lastimar mis débiles palmas,
y mortificarme con espejismos.
Malditos espejismos.

En una de esas noches frías,
que ya no se me hacían tan ajenas,
estrellas empezaron a iluminar el cielo
y hacer mi titiritar mucho más ameno.
Ya no era sólo el frío que me desvelaba,
sino mis inocentes juegos con los cuerpos celestes.

Y en una buena noche la vida,
en todo su esplendor y aparente misericordia,
me dejaba migajas en el camino
para no dejarme morir de hambre;
migajas brillantes
con destellos color Escarlata.

De esto no se puede vivir,
pero al menos con esto
no me voy a morir.