miércoles, 12 de noviembre de 2014

lunes, 10 de noviembre de 2014

domingo, 9 de noviembre de 2014

viernes, 24 de octubre de 2014

Esta noche lloro

Esta noche lloro porque cambié mi futuro por mi presente.
Porque cambié mi presente por mi pasado.
Y porque cambié mi pasado por historias que ya no serán.

Esta noche lloro porque preferí banalidades,
porque quien habita sin construir,
tarde o temprano se queda sin techo en el momento de la tormenta.

Esta noche lloro por mi irresponsabilidad,
por mi inmensa falta de atención a lo importante,
porque una vida terminó por mi culpa,
y todavía la cargo encima.

Esta noche lloro porque mis principales pilares,
mi principal sustento,
mi razón de vivir,
sufre la más honda decepción,
y a mí aparentemente me resbala.

Esta noche lloro por quien era,
por quien solía ser,
por quien la gente podía poner la mano en el fuego,
y ahora ellos solo pueden mojarlas,
curar sus quemaduras,
por haber apostado en balde.

Esta noche lloro porque lo que está delante de mis ojos es incierto,
porque ya no soy fuerte,
porque siento que se me acaba el tiempo.

Esta noche lloro
porque me siento solo,
y porque mi arma principal,
la esperanza,
está de vacaciones.

domingo, 28 de septiembre de 2014

¿Hasta dónde llega la esperanza?

Imagen tomada de: http://www.espiritualidaddigital.com/wp-content/uploads/2014/07/la-esperanza.jpg


Caminando estuve junto a mi acompañante aquella tarde.
—No hay de otra me decía—, debes matar la esperanza.
Contraria a mi mirada inmutada y perdida, me asombré por dentro.
La esperanza, mi fiel compañera desde que la conocí,
ahora estaba obligado a matarla.
—¿Por qué tiene que morir?— le pregunté, algo incrédulo.
—Porque ya no tiene sentido que viva.
Te estás apegando a algo que no llegará.
Y, mientras viva, te hablará de cosas que no son,
de cosas que no serán,
te recordará cosas que fueron, pero que ya no serán.
Lamento ser yo quien te diga esto, pero...
la esperanza te hace daño ahora. Debes matarla.
Antes de que ella te mate a ti —dijo al terminar.
Tenía razón.
Bajé la mirada por un momento, y suspiré.


Más tarde, en el interior de mis palacios,
la encontré allí sentada, esperándome.
La esperanza me miraba fijamente mientras me acercaba.
Una vez que estuve a varios pasos de ella, quise saludarla.
En vano.
Se levantó de su cojín, sacó su espada y la apuntó hacia mí.
—Te conozco demasiado para no saber a qué vienes —dijo.
Quise hablarlo con ella, justificarme estúpidamente.
Pero seamos realistas...
¿Quién justifica un asesinato ante su víctima?
Cerré mi boca entreabierta, no había nada que hablar, 
retrocedí unos pasos, y saqué mi espada, 
la cual había afilado con anterioridad.
Antes de que pudiese pensar en alguna estrategia,
la esperanza me lanzó un movimiento de espada,
directo al cuello.
Pude esquivarlo, por los pelos, pero perdía la postura,
y caí hacia atrás.
Ella se mantuvo firme, esperando que me levantase,
ante la distancia que nos separaba.


—¿Por qué, después de todo este tiempo juntos,
deseas matarme? ¿Ya no soy más tu amiga?
¿Ya no necesitas de mí? —preguntó con gran seriedad en su voz.
Me levanté y respondí:
—No es eso. Has sido una gran amiga,
y tu sustento ha sido determinante para mí muchas veces,
pero ahora es diferente, tu presencia me hace mal,
me hiere, me hace daño, me hace aferrarme a la irrealidad.
Solo puedo pensar en tus razones insensatas,
en aquellas cosas que no volverán,
y que en mi interior me hacen sangrar y llorar.
¡Y eso debe terminar! —exclamé mientras me apresuré a atacarla.
Lancé mi ataque hacia su costado.
Ella bloqueó con su espada y retrocedió.
Pateó su cojín hacia un lado, porque la molestaba tras ella.
—Muero por dentro cada vez que espero lo que no llegará.
Cada vez que me dices que volverá, que existe una posibilidad.
Basta, te digo. Basta.
Ya no vale escucharte si quiero sobrevivir —dije determinado.
Y apunté mi espada hacia ella.


Con que es así, ¿no? —preguntó de manera algo sombría.
Se empezó a acercar hacia mí con su espada baja,
sin mantener la guardia.
¿Qué diablos estaba haciendo?
Se detuvo a unos pasos de mí y habló:
—Al principio pensé defenderme y luchar hasta el final.
No por nada dicen que lo último que se pierde es la esperanza.
No iba a morir tan fácil, y MUCHO MENOS por tu causa.
Pero... —sonrió—, veo que todo esto...
... es solo porque eres un idiota.
—¿Cómo fue? —pregunté anonadado.
—Aprende a escuchar, maldito idiota.
Yo no te prometo el retorno del pasado.
Ni la persistencia del presente.
Ni un futuro cierto y hecho a la medida.
Solo digo que todo estará bien —dijo suavemente.


Me tembló el pulso, no sabía qué pensar.
De repente ella dejó caer su espada,
y empezó a caminar hacia mí.
Mientras ella avanzaba, yo retrocedía...
y sudaba.
No bajó mi espada, pero sí mis ganas.
Ya nada de esto tenía mucho sentido.
Llegué hacia una columna,
ya no podía retroceder más,
pero mi espada seguía en alto.
Ella se acercó y puso su cuello en su filo.
Lo apretó tanto contra sí que empecé a ver cómo,
en pequeña medida,
empezaba a sangrar.
Mirándome fijamente me preguntó:

—¿Tienes lo que hace falta para, 
innecesariamente, 
matar la esperanza?

Una gota de sangre bajó sobre su cuello,
al igual que una lágrima bajó sobre mi mejilla.
Bajé mi espada, la dejé caer, me senté en el piso y lloré.
No sabía lo que estaba haciendo.
La esperanza se sentó junto a mí,
me acogió en sus brazos y me calmó:
—Eres muy torpe, por eso debo ser yo la inteligente entre nosotros.
No te diré cosas que no son.
Pero te diré que luches por cosas que sí pueden ser.
Confía en mí, todo estará bien.


Ella me perdonó, y yo lo hice conmigo.
No espero nada perfecto para mí.
Pero sé que todo estará bien.

Para ti también, ¿sabes?

sábado, 6 de septiembre de 2014

Introducción a Cortázar

Fuente: http://cvc.cervantes.es/literatura/libros_cortazar/libros_firmados.htm#


Anoche me atreví a ir junto con mi hermana y mi amigo Arsenio (a los cuales les agradezco haberme pagado la entrada) a un recital de poesía de las obras del famoso escritor y poeta Julio Cortázar, además de ver también uno que otros videos sobre él. El sitio, que era el segundo piso del café que está dentro de la Casa de Teatro en la Zona Colonial, era más diferente y acogedor a cualquier otro al que haya ido. Era muy rústico, colorido, lleno de pinturas, y emanaba, tanto de los cojines tirados en el piso como de los presentes en el cuartito, un aire de confianza muy cálido.

Al dar inicio a la velada, se nos pasó un jarrón a cada uno del cual extraeríamos al azar un papelito que contenía alguna de las poesías cortas escritas por Cortázar. Luego de que cada uno tuviese el suyo, pasamos a cantar algunas canciones, interpretadas por Judith Marie (si no me falla el nombre) y su guitarrista Luis Omar (lo de que era Omar es seguro, pero no estoy seguro si era Luis). Ambos lo hicieron muy bien. 

Además de las risas, las voces, los sentimientos en el aire y las no siempre rítmicas palmas que acompañaban las canciones, vimos algunos videos con Cortázar como tema central. Uno de ellos era él mismo, recitando uno de sus poemas más conocidos, otro que hablaba sobre su libro Rayuela, y el que más me gustó, uno que resumía su vida y los acontecimientos más importantes en su vida, el cual fue la gran chispa que me llevó a querer conocer a este noble señor.

Su afición por el París de los años 50 no pudo ser menos semejante al mío.

En el cuartito, después de cada dos canciones más o menos, cada uno se paraba a leer su pequeño poema. Algunos me gustaron mucho, otros no tanto. Cuando fue mi turno mis piernas no paraban de temblar por el nerviosismo, no soy tan bueno exponiéndome ante el público. Tanto eran los nervios que no me dejaron de temblar las piernas hasta que volví a mi asiento en el cómodo sofá. Hice algunos chistes a ver si el miedo escénico paraba (lo cual fue inútil) y me dispuse a leer ese corto poema, el cual me gustó bastante, y con el cual me identifico un poco.

La noche terminó de forma muy amena, con unas vueltas por la ciudad entre tres amigos que estaban dispuestos a darles tanta rienda suelta a sus emociones como fresco y casi nostálgico estaba Santo Domingo.

Con ustedes, el poema que me tocó. Espero que lo disfruten tanto como yo lo hice. Gracias, Cortázar.


After Such Pleasures

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

sábado, 9 de agosto de 2014

Tú dime




Ya no sé qué hacer. Me he quedado sin opciones.
Felicidades, has logrado hacer lo que ninguna otra chica pudo.
Me venciste en mi propio juego.
Me has hecho desesperar.
Revolcarme en mi cama.
(...solo, por cierto)
Ya no me quedan ideas.
Ni tampoco tiempo.
Ni medios.
Pero las ganas...
...esas sí las tengo todas.


¿Sabes en qué me he has convertido?
En un clavo. Un simple y vulgar clavo.
El cual tú...
... con la ayuda de otro clavo...
... has conseguido sacar.
No me queda más que rodar.
Caminar, seguir adelante,
con el deseo cargado a cuestas,
y las ilusiones atadas a mis pies.
Tengo también una venda
que solo me deja ver todo aquello que imaginé contigo,
y me la quitase sin pensarlo,
si no fuera porque tengo mis manos,
atadas tras mi espalda,
por tus miradas que hasta hoy día
me resultan indescifrables.
Inexpresivas a veces.
Distantes.
Deseables.


Quisiera ser como una vela.
Porque sabes que una vez que enciendes una,
debes apagarla.
Porque puede virarse caerse,
y provocar un incendio,
y si estás a su alcance
puede quemarte por fuera,
y por dentro,
afuera,
adentro...

Conozco mi fuego,
y mis quemaduras,
más que de tercer grado,
son de universidad.


Pero sí, me has olvidado por otro,
bien por ti de verdad.
Solo espero que la metáfora sea literal, y que...
si un clavo saca a otro,
ese hueco haya quedado vacío,
porque sabes que,
en cualquier descuido,
puedo ocupar ese espacio nuevamente,
de la manera que solo este clavo sabe hacerlo.

martes, 1 de abril de 2014

Tu marca



Esto es dedicado para ti, princesita.


Rayos, de verdad quise escribir que a lo mejor no me recuerdas...
Pero algo muy dentro de mí cree que sí lo haces.
Porque lo nuestro no fue común.
Nosotros no eramos comunes.
Lo que siento no es común.

Sé que los niños, por su temprana edad, no están supuestos a hacer el mal.
No intencionadamente.
Pero tú...
Tú eres la excepción.
Te marchaste.
Me dejaste abandonado, ansioso de verte.
No dejaste forma en que volviese a contactarte.
Desapareciste.

¿O sí me dejaste contacto alguno?
Te juro que no recuerdo casi nada de nuestros días.
Aquellos días nuestros tan inocentes.
Nuestros días tan llenos de alegría y sonrisas.

Y no, no es redundancia, sí eran nuestros.
Eran nuestros porque entre nosotros había más química 
que en cualquier laboratorio hoy día.
Entre nosotros ardía un fuego más intenso
que cualquier encuentro sexual sin sentido de los que nos gloriamos los jóvenes.
Un fuego más caliente que cualquier estrella en esta galaxia.
Una pasión más abrumadora que... ni te cuento.

Y éramos solo niños.
Solo dos niños enamorados... (¿o era solo yo?)
que jugaban a ser los reyes del área de juegos.
Yo, aventurándome en la torre a tu encuentro.
Tú, esperándome dentro, preparando tus caricias.
Esas suaves caricias... (No, no era solo yo. Tus manos no mentían)

Y ahí estábamos, solos en nuestro reino.
Con el portón amarillo abierto,
y las grises murallas a nuestro alrededor,
siendo todo ese fresco aire testigo de un amor puro.
Un amor tan puro que me marcó.

Ignora esta lágrima que brota de mí ahora. Solo sigue leyendo, linda.

En esta vida tan fugaz,
tú eres mi cometa Halley,
que cada cierto tiempo vuelves a mí,
para recordarme que los momentos perfectos sí existen;
y me instas a no olvidar.

¿Sabes, princesa...? Duele no recordarte.
Pero más me dolería olvidarte.
Pues ese pequeño momento que tuvimos juntos,
de sana intimidad,
en el que me tenías recostado de tus piernas,
mientras acariciabas mi pelo,
ese pequeño momento marcó mi vida.
Me dejó marca.
Tu marca.

Como aquellas marcas que quedaron en aquel árbol,
de aquel club que vio nacer lo nuestro.
Aún veo ese árbol cada vez que paso por allá y le pregunto:
"¿Todavía me recuerdas? Yo sí te recuerdo."

Veo nombres tallados que muchos niños inocentes dejaron en su tiempo.
Sé que no era correcto ni adecuado...
Pero no sabes cuánto daría
por el hecho de que tú y yo
hubiésemos dejado nuestros nombres ahí grabados.

Así el árbol, si voy mañana a visitarlo, me respondería:
"Claro, Jorge. Aquí te tengo grabado, junto con......
... por cierto, ¿cómo está ella?"

No podría responder a eso, pues no sé.
Pero al menos, si eso hubiese pasado, sabría tu nombre.
Porque ni eso sé.

No hay una sola vez en el que mire nuestras tierras,
nuestro reino,
y no piense en ti.
Sé que para este momento no me recuerdas en lo absoluto.
O que algo hubo entre nosotros.
O que hace más de 14 años tuviste un amor puro conmigo.
Que hace más de 14 años me acurrucaste sobre ti,
acariciaste mi pelo, me sonreíste dentro de nuestro pequeño castillo,
y me dijiste:

"Mi principito."

Irónico es,
que no puedo recordar nada de mi princesa,
pero mucho menos puedo olvidarla.

¿Nos veremos en sueños alguna vez?

viernes, 7 de marzo de 2014

Primer y último adiós

Imagen sacada de http://lauraferrero.com/

Eran las 10:31pm cuando vio la hora en su reloj de bolsillo mientras caminaba con aquella chica en aquel puente parisino. Contempló unos segundos más el pasar de la manecilla más grande y suspiró, recordando lo que sería inevitable. Cerró su reloj, lo guardó cómodamente en el hondo bolsillo de su gabán recién comprado y apretó un poco más el brazo que tenía cruzado con su amante.

Ella lo había percibido.

—Ya es tiempo de que me vaya, ¿sabes? —preguntó ella, ahora dirigiendo su vista a los ojos de él mientras caminaban juntos. Esperó un poco por su respuesta, y al ver que no dijo nada añadió —. Lo sabes.

—¿Cuándo vuelves?

—Sabes que no regreso. Esto nunca sucedió ni debió haber sucedido.

—¿Cómo puedes decir eso si todo fue tan real?

—Porque sé que no lo fue. ¿Cómo puede algo, que no debió pasar y que no habrá pasado, ser algo real? Solo puede ser real lo que se mantiene. Esto fue solo tu suerte, o en su actual defecto, tu desgracia.

Ella tenía razón en cierto modo. El universo jugó con él, y no había formas de cambiar las reglas de juego a las cuales él estaba sometido. Quien pudo ser -y que en este momento es- el amor de su vida está con él solo por esta noche. Cuando ella se vaya él no recordará nada, ni ella tampoco, el encuentro nunca habría sucedido. Una especie de historia más dolorosa y sentimental que La Cenicienta. No había nada que comprender, ni quién cumplió este trato sin sentido o cómo se lleva a cabo; solo se sabía y eso bastaba. Él, aunque la olvidaría para siempre, no podía dejarla ir. Algo en su interior le decía que no la dejara, mientras que algo en su exterior, su mano, hablaba a gritos mientras apretaba la de ella. Ella bajó la vista apenada y triste, fue irremediable ocultarlo, fue instintivo, aunque sabía que no debía hacerlo porque ella era cómplice de este juego con el destino. Ella no era real.

Cuando él pudo reaccionar ante la pregunta que ella le hizo se dio cuenta que se habían detenido. Retomaron la marcha y cambió la dirección de la conversación.

—Yo deseé este encuentro y sucedió. No sé cómo, solo sé que pasó, y estoy bien con eso. Solo... —su rostro cambió de expresión a una más triste — quisiera que te quedaras.

—No puedo, sabes que esto no es real.

—¿Recuerdas cuando caminamos por la avenida de los Campos Elíseos?

—Pues claro, tonto —le dijo dándole una mirada un poco extrañada —. Fue hace unas horas.

—¿Y fue real lo que sentiste entre nosotros?

— . . .

—¿Fueron reales las risas, los roces, las miradas, las lindas palabras, los insultos en broma, la timidez---?

—¿Cuál es tu punto? —preguntó ella buscando detenerlo de seguir enumerando cosas. Logró pararlo, pero lo que no consiguió fue mantener oculta la respuesta a su pregunta. El  se le notaba en la cara.

—Dime, ¿fue real aquella conversación agradable que tuvimos en el café Georges V? ¿Fue cierta aquella expresión de agrado al probar el carísimo vino que te compré? —ella no pudo evitar sonreír ante la broma, ya que él había pedido el vino más barato porque eran muy caros para lo que él podía pagar.

—Sí, fue real —le dolió admitir.

—¿Es real... —preguntó mientras la llevaba al borde del puente a contemplar las luces de la ciudad— esta sensación tuya apretando mi mano también? —Ahora no podía quitarle los ojos de encima a ella. Sentía cerca el final.

—¿Por qué haces esto? —preguntó dolida, sin levantar la vista del agua.

—Deberías saberlo si eres mi chica ideal. Me apego a lo que quiero y deseo, aunque sea imposible; y tú eres mi imposible.

—¿Por qué debe doler tanto algo que olvidaremos?

—Porque aunque crees que olvidarás, no quieres hacerlo —dijo él mientras dirigía su vista al horizonte.

—¿Y tú crees que no olvidarás? —preguntó un poco asombrada.

—No olvidaré, y te buscaré donde sea.

Ella frunció un poco el ceño. Siendo irreal sabía lo que sucedería: ella dejaría de existir y él no recordaría nada de lo que pasó junto a ella esa noche, porque "no existe y nunca existió."

—No sabes lo que dices. ¡No puedes hacer nada contra esto! —le exclamó con dolor en su voz. Y antes de que pudiese decir algo más, él la tomó por la cintura y la besó suavemente. Ella, en completa complicidad, le correspondió, y hasta sostuvo un poco más el beso en un momento en el que él se iba a separar. Al terminar, mientras sus rostros todavía estaban cerca, ella dejó correr una lágrima sobre su mejilla. No la secó, era lo que menos importaba en ese momento.

—No te preguntaré por esa lágrima, sé que fue real.

—No puedes luchar contra algo que no entiendes. Esto sobrepasa tus capacidades humanas. No puedes contra el destino —dijo, sabiendo de lo que hablaba.

—Observa mientras lo intento —dijo él, muy seguro de sí mismo. Era un tarado, pero tenía una seguridad y un aire de esperanza que contagiaba a cualquiera. No por nada ella se había enamorado de él en tan poco tiempo.

Ella empezó a desvanecerse lentamente, y la luna llena les era testigo. Ella volvió a dejar salir otra lágrima.

—Me encantas con tu gabán —le dijo ella a modo de despedida.

—Gracias —le respondió él—, la usaré en nuestra próxima cita.

—Eres un estúpido —le dijo, nuevamente sin poder retener la sonrisa y las lágrimas que ahora brotaban sin resistencia.

Tardaron unos segundos sin decir nada. Por fin uno de los dos pudo romper el silencio.

—Te amo.

—Te amo.

Y se fue.

lunes, 3 de febrero de 2014

A mis abuelos, don Milton y doña Nelly

Antes que nada: gracias por ser mis abuelos.

Después de cinco años de que hayas fallecido, abuelo, y unos cuatro años de que hayas fallecido, abuela, por fin me digno a escribirles aquellas cosas que no pude decirles. Espero que de alguna forma este mensaje, no me importa el medio, pueda llegar a ustedes.

Los quise mucho, aunque no supe o no lo hice de la mejor manera que se puede. Ahora de adulto es cuando he aprendido más a ser expresivo, y ni aún así puedo cumplir bien mi deber. Sino pregúntenle a mis otros dos abuelos.

Las cosas no acontecieron de la mejor manera, y sé que ustedes sufrieron mucho. El paso de la edad y las enfermedades son de aquellas cosas de la vida que no perdonan. Les gusta ser los vociferadores del final y se jactan de estar, en muchas ocasiones (para no decir la mayor parte del tiempo), en total control de nuestra vida y nuestro tiempo. Ustedes dos han sido muy fuertes y supieron luchar la gran pelea. Deben estar orgullosos de ustedes mismos.

El motivo por el cual les escribo es para darles las gracias por estar, por ser, por existir; porque mientras todavía los recuerde, ustedes son. Soy lo que soy porque ustedes estuvieron ahí para enseñarme, cuidarme e instruirme. Supieron darme de su tiempo y de su amor. Y si en este momento tengo lágrimas no es solo porque estoy triste de su partida, sino porque en mí hay mucho amor de parte de ustedes, y no hay otra manera en que lo pueda expresar sin que mi propio cuerpo lo contenga.

Hubiese, como todos nosotros, haber querido pasar más tiempo con ustedes, haber tenido la oportunidad de mostrar más mi amor y mi aprecio. De poder haber sido más agradecido y consciente. De poder despedirme.

Ayer, 2 de febrero, los fui a visitar. En el silencio de su ahora callada esencia los recordé. Ustedes fueron muy buenos y trabajadores, y cada uno a su forma supo hacer lo que es mejor para todos nosotros. Abuela, siempre lavando, fregando, cocinando, haciendo deberes, manteniendo un hogar limpio, presentable y organizado para todo aquel que fuese por allá, teniendo siempre las puertas abiertas para todos sus hijos y nietos, los cuales son muchos. Más que una obligación, fue todo por amor. Abuelo, siempre brindando amor y conversación, con la sagacidad de conseguir unos pesitos para comprarle dulces a nosotros sus nietos, y de siempre corregirnos en nuestras faltas. Gracias doy a Dios porque puedo decir que pude vencerte, aunque sea, una vez en ajedrez. Mi primer mate hecha con torres. No lo olvido, y no quiero hacerlo.

Estoy dolido porque tuve que aprender una lección de la forma brusca. Tuve que perderlos para comprender cuán valioso es el tiempo y lo que hacemos con él, más aún, con quién lo aprovechamos y de qué forma. Si ahora lloro, es porque los amo. Mucho. Lamento haber sido el nieto más travieso y jodón de la familia, pero al menos puedo darles gracias porque me he arreglado un poco más. Ya no insulto a Lasmy, ya no molesto a las demás primas, ya no ando rompiendo cosas ni rayando nada, ya no les cojo las cerezas a los vecinos, ya no tengo mañas con la comida... ya he aprendido a apreciarlos y valorarlos.

Sé que no vale nada llorar por la leche derramada, pero pueden jurar (aunque vivo diciéndole a papi que no lo haga) que lamento que se haya derramado.

Pues nada, solo quise dar gracias, porque ustedes la merecen, de parte de todos nosotros.

Gracias. Los extraño y los recuerdo.
Te quiero, abuela. Sigo siendo tu Lili.
Te quiero, abuelo. ¡Don Milton! Todavía puedo escucharte responder.

Hasta pronto.

domingo, 26 de enero de 2014

Medio año, Toby

Seis meses.
Dos trimestres.
Medio año.

No estoy seguro si decir que el tiempo pasa volando. Tal vez no es el tiempo, sino nuestra conciencia o nuestra atención a él la que sale despegada. No me extrañaría, todo se lo echamos al tiempo. Nunca es nuestra la culpa.

No lo vas a creer... Orita salí al patio para darle de comer a Molly y a Baki y creí verte en uno de los agujeros de los blocks de tu casita. Fue casi si como tú también hubieses estado ahí esperando comer de ese moro de guandules que llevaba en la cacerolita. Hasta me acerqué más a la casita a ver si estabas, pero no. Es como si hubiese salido de trance y hubiese vuelto a ver tu hogar con el techo medio desmoronado, en vez de una arregladita y contigo dentro.

Cuando entré y me senté en la sala a trabajar esperé oírte ladrar, aunque sea por un producto de mi imaginación; pero nada. Hoy me puse a pensarlo y no sé si realmente esté listo para tener otro acompañante como tú, y estoy casi seguro de que no. Un amigo merece cuidados continuos, merece tiempo y cariño. Esas son cosas que no puedo dar como se requieren. Lamentablemente tuve que aprenderlo de la manera más dura, y contigo como profesor. O víctima.

No le he vuelto a ver una garrapata a Baki, eso es bueno. Aunque no puedo darme crédito por eso, no lo he bañado, y tengo que comprarle comida ya. Molly está negra con un rojizo cobre, y está bien. Las cosas han seguido un buen curso hasta ahora.

Extraño tenerte de dos patas, reconocerte casi de mi alto y acariciarte. Creí que esta vez, por fin, iba a poder escribirte esta carta sin lágrimas; pero no. Dejaste un vacío, y no solo en tu casita. Sé que sufriré mucho si deciden quitarla, como cuando quitaron la panadería de abuela.

¿Qué clase de dueño soy yo que un día como hoy no te deja un arreglo? Te digo yo...

Me duele mucho tu partida todavía.
Te quiero mucho, Toby.

sábado, 4 de enero de 2014

Balcones, segunda parte

Si no has leído la primera parte de esta historia puedes encontrarla aquí: "Balcones, primera parte"

—Quien haya dicho que hay momentos que se acompañan con vino, tuvo razón —pensó Alejandro—. Un suicidio, por ejemplo. He probado productos vencidos que saben mejor que esto.

Se notaba a kilómetros de distancia que Alejandro no sabía nada sobre el arte de la degustación del vino. Se apresuró a abrir una botella tomándola en brazos en vez de hacerlo con ella fija en la mesa. No limpió la boca de la botella al abrirla. No esperó un tiempo prudente para servirse (y debió, ya que era un vino añejo), sino que lo hizo de inmediato. Y para colmo se sirvió una cantidad algo exagerada para tomar un poco de vino.

Algo horrorizados por estos actos de falta de protocolo, su familia se quedó observándolo esperando a que se diera cuenta de lo mal que lo había hecho y mostrara algo de decencia. Percibiendo esto, Alejandro procedió a hacer algo que había visto en una serie televisiva, en donde el personaje principal olía un poco el vino intentando determinar su procedencia, lo cual los otros personajes lo vieron de buen gusto. Su familia aún más horrorizada presenció cómo Alejandro, de una manera muy poco sutil, olfateaba el vino como si fuese un perro o algún otro animal. Al darse cuenta de la nueva reacción de su familia, emprendió la huida.

Liberado de una situación incómoda, volvió al balcón. Para su sorpresa la chica que había visto momentos antes había vuelto, pero esta vez estaba acostada sobre unos cojines en las barras de acero horizontales del balcón que estaba frente al de él. Tenía su teléfono en la mano, recostada en su frente; estaba mirando al cielo. Alejandro se acercó al borde del balcón para verla mejor, pero antes de que pudiese llegar la chica estornudó.

—Salud —dijo Alejandro, mientras levantaba la copa instintivamente por el hecho de haber dicho lo que se dice cuando se hace un brindis. No se había dado cuenta de esto, pero ella sí.

—¿Por qué brindamos? —preguntó la chica, antes de incorporarse un poco. Alejandro estuvo extrañado por un segundo, pero después notó que había alzado un poco su copa.

—¡No, no, no! No me refería a ese tipo de "salud" —respondió nervioso —. Es que como actué automáticam---

—Sí, lo sé —interrumpió la chica, algo entretenida —. Sé que no te referías a ese tipo de "salud" porque nadie brinda de esa forma —le dijo al señalar su copa.

—¿Eh? ¿Qué tiene mi copa? —preguntó Alejandro, algo confundido. Buscó algún desperfecto en la copa, pero no lo encontró. Viendo que éste no tenía la más mínima idea de lo que pasaba, le aclaró las cosas.

—La copa no se agarra de la forma en la que lo estabas haciendo. No se puede tomar una copa abrazándola con la mano, sino que debes de sostenerla por el tallo. Siempre.

Alejandro, bajando su copa lentamente, le dirigió una mirada perdida y algo extrañada, como si le hubiesen hablado en mandarín.

—Es etiqueta y protocolo, mal educado —dijo ella con un tono altanero.

—Anjá, lo dice la chica que "con mucha educación" casi rompe el cristal de su ventana en un solo movimiento —le respondió Alejandro con una ceja alzada y una sonrisa, emanando gran sarcasmo.

La chica intentó decir algo, pero solo pudo quedarse con las palabras en la boca ya que no podía rebatir eso. Su expresión se tornó un poco fría y dijo:

—Si te hubiese pasado lo que a mí, tú también hubieses perdido la educación.

—¿No te dieron el 4 %? * —dijo Alejandro de broma. La chica entendió el chiste y sonrió un poco con la boca abierta, pero él no pudo verlo bien por la distancia entre la que estaban— Perdón, es que eres muy linda—dijo para excusarse. Ella hizo caso omiso a este último halago.

—No, es que... —se sentó y se puso más cómoda, como con actitud para chismear — Tú debes saberlo, ustedes los hombres son unos sucios aprovechados.

—¡Oye, eso no es cierto! Somos muchos los hombres buenos y medidos —reprochó Alejandro con indignación.

—"Medidos"... Dicho por el chico con la copa rebosante de vino. Claro...

—¿Qué? ¿También me dirás que está mal?

—Pueeeeeees, sí. ¿De verdad no sabes nada? —preguntó decepcionada—. Una copa nunca debe llenarse tanto, es de mal gusto.

—Sí. Hablando de gustos... se nota que te gusta demasiado el vino. Conozco de un hogar de alcohólicos anónimos cerca de aquí, ¿sabes?

—Eso es bueno. Así, si no estás tan ebrio como lo estarás cuando te bebas todo eso, podrías llegar tú solo e inscribirte.

—Sí, sí, sí... ¿Ya me dirás por qué soy un perro en vez de enseñarme a beber? —dijo Alejandro mientras se sentaba en una de las sillas de su balcón y se daba un trago del vino que tenía en su mano.

La chica se acomodó un poco más. El aire de confianza empezaba a sentirse como producto de que ninguno de los dos deseaba estar dentro de sus hogares, y de que por alguna razón empezaban a disfrutar de la compañía del otro. La chica empezó a hablar.

—La rabieta que me viste hacer hace un rato es por causa de mi exnovio. Molesta pensar que en una relación lo único que importa es la atracción física y el sexo, y que las cosas que importen ya no sean relevantes. No me malinterpretes, él hacía sus detalles ocasionalmente... pero pareciese como si solo los hiciera para mantenerme con él, y no porque eso era importante. Después de todo supongo que lo esencial en una relación es el lazo que los une, y no los fluidos que se unen.

—Wao, qué profundo eso último —dijo antes de darle un sorbo a su copa—. ¿Cuándo terminaste con él?

—Hace unos cuantos minutos.

—Chica fuerte, ¿eh? ¿Y de por casualidad se molestaba cuando no querías sexo con él?

—Eh... creo que estás preguntando por cosas muy personales para ser un extraño.

—Chica, hace mucho que estamos en esas aguas -de la confianza-. Con todo lo que has contado ese detalle ya parece minúsculo.

La joven meditó por unos segundos y accedió.

—Tienes razón. Sí, se molestaba. Sus intenciones eran solo esas, y si no lo podía conseguir no encontraba más razones para estar conmigo y se marchaba. O al menos eso trataba.

—Tarde o temprano terminarás siendo reemplazable, ya que sexo lo da cualquiera.

—Sí. Lo sé... Pero, ¿está mal buscar esa seguridad que se encuentra cuando le gustas a una pareja no solo por tu físico o por lo que éste pueda darle?

—¿No es lo que buscamos todos? —respondió Alejandro con un poco de melancolía en su voz. Tomó otro sorbo de vino.

—Créeme, no todos. Él no, al menos.

—Me sorprende... por primera vez no hiciste una generalización completamente sexista. ¡Salud a eso! —bromeó Alejandro.

—Al ritmo que vas bebiéndote eso, no te quedará ni vino ni cordura. El vino se toma despacio, muchacho. Eso no es un jugo.

Cansado ya de tantas correcciones, Alejandro tomó su copa, la sostuvo fuera del balcón y lentamente la volteó hasta botar todo el líquido; todo esto sin despegarle la vista a los ojos de la chica. Cuando acabó, puso la copa en una mesita junto a él y le sonrió a ella con sarcasmo.

—Exagerado... —dijo ella, entretenida otra vez.

—Exagerado, no. Alejandro —dijo de la manera más atractiva que pudo.

—Un placer, Alejandro.

En ese justo momento los padres de Alejandro lo llamaron. Ya era hora de irse.

—¿Y tú eres...? —preguntó, tratando de disimular el apuro.

—Lo siento, no me relaciono con borrachos —dijo ella sonriendo. Él no estaba ni cerca de estar borracho. A él le emocionaban esos juegos, pero no estaba para eso esa noche, ya que venía de visita a casa de sus tíos y no lo hacía muy seguido. Quería su teléfono o su correo... lo que sea, pero no quería verse desesperado. Solo le quedaba la partida.

—Entonces este borracho se va. Buenas noches —dijo mientras se levantaba y entraba al apartamento. Ella no le devolvió la despedida.

Mientras daba el adiós a sus familiares se la pasó pensando y analizando la conversación que tuvo con esa chica. ¿Qué había hecho mal? Si todo parecía ir tan bien (porque hasta le contó sobre un problema personal), ¿por qué no pudo conseguir ni siquiera su nombre? Mientras bajaba las escaleras hacia el estacionamiento se desvanecía el amargo sabor a vino en su boca y empezaba a saborear la resignación. Sencillamente ella no estaba en él. Nos pasa a todos, ¿no?

Abriendo la puerta de entrada al edificio reconoció el charco de aquel vino que había derramado desde el balcón de sus tíos, el cual estaba justo encima, a muchos pisos hacia arriba. Se detuvo un momento a mirarlo y recordar rápidamente en lo que pasó allá arriba. Tal vez el hecho de botar el vino le desagradó mucho e hizo que perdiese interés en él. Frunció el ceño y se preparó para seguir caminando, cuando de repente vio caer una bola de papel junto al charco. Miró hacia arriba y reconoció una silueta en el balcón de la chica con la que estaba hablando. ¿Podría ser que...?

Sin perder tiempo la abrió por completo y se leía, en una linda letra, lo siguiente:

"Para cuando estés sobrio, contacta a:
Alcohólicos Anónimos
829-283-XXXX"

Alejandro sonrió, metió el papel en el bolsillo de su camisa y se fue.
Después de todo, sabemos que no existe ningún hogar de Alcohólicos Anónimos.
La chica había dado su teléfono.

Continuará...

* Para el público extranjero: el 4 % hace referencia a la lucha en la República Dominicana para que el gobierno asigne éste porcentaje del PIB a la educación del país.

viernes, 3 de enero de 2014

Esa parte de mí

Imagen extraída de turisticut.com

Nuevamente una parte de mí renace a estas horas, buscando cerrar la pantalla y mirar hacia los cielos en busca de nuevas aventuras.

Esa parte de mí que olvida sus círculos y empieza a crear en su mente figuras más complejas y dinámicas.

Esa parte de mí que solo se deja ver en las letras que salen de mis manos.

Esa parte de mí que vive para soñar, para sentir, para volar, para crear...

Esa parte de mí que existe para retratar en la mente de los demás historias nunca antes contadas que siempre han querido ser vividas.

Esa parte de mí que me deja absorto en el espacio, tomando la Tierra en mis manos y moldeándola a mi parecer.

Esa parte de mí que dice "presente" cuando alguien menciona la palabra "nostalgia".

Esa parte de mí que solo reconoces cuando me ves sentado escribiendo esos momentos que ansían existir en esta realidad.

Esa parte de mí que solo aparece cuando me quiero ir a dormir, porque todo ese tiempo lo usa para leer y escribir.

Esa parte de mí que viaja en primera clase en un avioncito de papel.

Esa parte de mí que quiere estar una noche en París, parado en algún puente y tomando un buen mabí mientras piensa en ti.


Esa parte de mí. Yo.