jueves, 23 de abril de 2020

El viejo y el mar

A pesar de la pobreza,
las goteras y el agujero en su camisa,
ignoró todas sus penas
y una vez más se aventuró a la mar.

El viejo lanzó su anzuelo
y se sentó a un costado de su barca
ya que sus huesos gritaban 
por el cansancio y la edad.

Una vez descansada la caña en el apoyo,
mecido por la marea
y con su sombrero tapando el sol,
cerró sus ojos y por unos momentos descansó.
Y esperó.

Tras 56 años de repetir la rutina
el viejo no se acongoja de sus infortunios.
No añora tener más estofado en su hogar,
tampoco más pesos para una casa más grande.
Ya no busca la caricia de una mujer
porque el océano siempre le da los buenos días.

Lo único que desea el viejo es
que el pez que pueda sacar hoy
sea más grande que el de la última vez.