sábado, 9 de agosto de 2014

Tú dime




Ya no sé qué hacer. Me he quedado sin opciones.
Felicidades, has logrado hacer lo que ninguna otra chica pudo.
Me venciste en mi propio juego.
Me has hecho desesperar.
Revolcarme en mi cama.
(...solo, por cierto)
Ya no me quedan ideas.
Ni tampoco tiempo.
Ni medios.
Pero las ganas...
...esas sí las tengo todas.


¿Sabes en qué me he has convertido?
En un clavo. Un simple y vulgar clavo.
El cual tú...
... con la ayuda de otro clavo...
... has conseguido sacar.
No me queda más que rodar.
Caminar, seguir adelante,
con el deseo cargado a cuestas,
y las ilusiones atadas a mis pies.
Tengo también una venda
que solo me deja ver todo aquello que imaginé contigo,
y me la quitase sin pensarlo,
si no fuera porque tengo mis manos,
atadas tras mi espalda,
por tus miradas que hasta hoy día
me resultan indescifrables.
Inexpresivas a veces.
Distantes.
Deseables.


Quisiera ser como una vela.
Porque sabes que una vez que enciendes una,
debes apagarla.
Porque puede virarse caerse,
y provocar un incendio,
y si estás a su alcance
puede quemarte por fuera,
y por dentro,
afuera,
adentro...

Conozco mi fuego,
y mis quemaduras,
más que de tercer grado,
son de universidad.


Pero sí, me has olvidado por otro,
bien por ti de verdad.
Solo espero que la metáfora sea literal, y que...
si un clavo saca a otro,
ese hueco haya quedado vacío,
porque sabes que,
en cualquier descuido,
puedo ocupar ese espacio nuevamente,
de la manera que solo este clavo sabe hacerlo.