lunes, 3 de febrero de 2014

A mis abuelos, don Milton y doña Nelly

Antes que nada: gracias por ser mis abuelos.

Después de cinco años de que hayas fallecido, abuelo, y unos cuatro años de que hayas fallecido, abuela, por fin me digno a escribirles aquellas cosas que no pude decirles. Espero que de alguna forma este mensaje, no me importa el medio, pueda llegar a ustedes.

Los quise mucho, aunque no supe o no lo hice de la mejor manera que se puede. Ahora de adulto es cuando he aprendido más a ser expresivo, y ni aún así puedo cumplir bien mi deber. Sino pregúntenle a mis otros dos abuelos.

Las cosas no acontecieron de la mejor manera, y sé que ustedes sufrieron mucho. El paso de la edad y las enfermedades son de aquellas cosas de la vida que no perdonan. Les gusta ser los vociferadores del final y se jactan de estar, en muchas ocasiones (para no decir la mayor parte del tiempo), en total control de nuestra vida y nuestro tiempo. Ustedes dos han sido muy fuertes y supieron luchar la gran pelea. Deben estar orgullosos de ustedes mismos.

El motivo por el cual les escribo es para darles las gracias por estar, por ser, por existir; porque mientras todavía los recuerde, ustedes son. Soy lo que soy porque ustedes estuvieron ahí para enseñarme, cuidarme e instruirme. Supieron darme de su tiempo y de su amor. Y si en este momento tengo lágrimas no es solo porque estoy triste de su partida, sino porque en mí hay mucho amor de parte de ustedes, y no hay otra manera en que lo pueda expresar sin que mi propio cuerpo lo contenga.

Hubiese, como todos nosotros, haber querido pasar más tiempo con ustedes, haber tenido la oportunidad de mostrar más mi amor y mi aprecio. De poder haber sido más agradecido y consciente. De poder despedirme.

Ayer, 2 de febrero, los fui a visitar. En el silencio de su ahora callada esencia los recordé. Ustedes fueron muy buenos y trabajadores, y cada uno a su forma supo hacer lo que es mejor para todos nosotros. Abuela, siempre lavando, fregando, cocinando, haciendo deberes, manteniendo un hogar limpio, presentable y organizado para todo aquel que fuese por allá, teniendo siempre las puertas abiertas para todos sus hijos y nietos, los cuales son muchos. Más que una obligación, fue todo por amor. Abuelo, siempre brindando amor y conversación, con la sagacidad de conseguir unos pesitos para comprarle dulces a nosotros sus nietos, y de siempre corregirnos en nuestras faltas. Gracias doy a Dios porque puedo decir que pude vencerte, aunque sea, una vez en ajedrez. Mi primer mate hecha con torres. No lo olvido, y no quiero hacerlo.

Estoy dolido porque tuve que aprender una lección de la forma brusca. Tuve que perderlos para comprender cuán valioso es el tiempo y lo que hacemos con él, más aún, con quién lo aprovechamos y de qué forma. Si ahora lloro, es porque los amo. Mucho. Lamento haber sido el nieto más travieso y jodón de la familia, pero al menos puedo darles gracias porque me he arreglado un poco más. Ya no insulto a Lasmy, ya no molesto a las demás primas, ya no ando rompiendo cosas ni rayando nada, ya no les cojo las cerezas a los vecinos, ya no tengo mañas con la comida... ya he aprendido a apreciarlos y valorarlos.

Sé que no vale nada llorar por la leche derramada, pero pueden jurar (aunque vivo diciéndole a papi que no lo haga) que lamento que se haya derramado.

Pues nada, solo quise dar gracias, porque ustedes la merecen, de parte de todos nosotros.

Gracias. Los extraño y los recuerdo.
Te quiero, abuela. Sigo siendo tu Lili.
Te quiero, abuelo. ¡Don Milton! Todavía puedo escucharte responder.

Hasta pronto.