jueves, 30 de marzo de 2017

La huída

Busqué huir
bien lejos de aquello que
durante tanto tiempo
persiguió mi paz.

Intenté encontrar quietud
entre las paredes de mi habitación
bajo la comodidad de mi almohada,
rodeado de la calidez de mis sábanas,
anidado en mi espacio...
Mío,
pero que ya no era solo mío.
Y allí no pude encontrarla.
Paz escurridiza.

Me alejé y busqué en los parques,
en los lugares públicos,
entre desconocidos,
entre música, risas y conversaciones distantes.
Busqué ahogar y saturar mi mente,
llenarme de todo aquello que no importaba,
haciendo frente a todas aquellas cosas
que eran importantes
y no debían serlo.
Pero la paz no merodeaba en esos rincones.

Por último busqué en los campos,
a kilómetros, muchos kilómetros de los afanes.
Me interné con esmero en aquellos rincones olvidados de la tierra,
aquellos lares recordados solo por un puñado de campesinos
que todavía no sucumben al tiempo,
cuyas canas pueden contar toda la historia
de una vida llena de significado.
Me aventuré en la penumbra aislada del olvido,
donde las luces vacías de la ciudad no encontraban camino,
donde el ruido del pueblo era un mito,
donde la brisa fresca y pura sanaba todo mi interior,
y donde solo la Luna podía saber con certeza donde estaba,
única testigo de mi desesperada búsqueda.

Y ni así,
ni el rincón más aislado de mi tierra,
donde pocas huellas en la historia han dejado su marca,
donde pocas voces se han sumado a la brisa,
donde el polvo no se adhiere a ningún pie,
donde nada tiene dueño
y el terreno es virgen...

Ni así pude encontrar paz.
Ni así puedo escapar de tu voz.

jueves, 16 de marzo de 2017

Quiero llevarte

—Yo como que quiero llevarte.

—¿Llevarme a dónde? —preguntó ella, extrañada.

—Quiero llevarte donde la paz y el entorno son uno. Donde estuvimos supuestos a nacer y morir juntos, donde a veces el polvo bajo nuestros pies es un lujo y un placer. Donde puedo verte levantarte y sonreírme cada mañana con la misma sonrisa con la que volverías a la cama conmigo. Donde la lluvia nos lleve siempre al delirio en cada ocasión, y cada gota que toca nuestro suelo sea una bendición.

—Anjá, continúa...

—Quiero llevarte a un lugar donde el calor pueda compararse solo con el de nuestro amor, y donde el frío sea la razón por la que nuestros cuerpos estén siempre juntos. Quiero que un espacio pequeño sea más que suficiente para nosotros. Deseo llevarte a los confines de la tranquilidad, donde todos creen que no hay nada, y hay todo. Donde quienes nos rodean no puedan evitar que cosechemos lo que sembremos. Quiero que estés conmigo en ese cielo que tú y yo construyamos, contemplando todas las noches las melodías y obras de arte que tiene el Creador para nosotros. Aquel lugar donde solo nos es posible suspirar amor. Donde tu piel y la mía no rocen, sino que se mezcle. Quiero llevarte a un lugar hermoso.

—No terminas de decir a dónde quieres llevarme, tonto —dijo entretenida.

—Quiero llevarte al campo, amor —dijo él con una sonrisa.