domingo, 28 de septiembre de 2014

¿Hasta dónde llega la esperanza?

Imagen tomada de: http://www.espiritualidaddigital.com/wp-content/uploads/2014/07/la-esperanza.jpg


Caminando estuve junto a mi acompañante aquella tarde.
—No hay de otra me decía—, debes matar la esperanza.
Contraria a mi mirada inmutada y perdida, me asombré por dentro.
La esperanza, mi fiel compañera desde que la conocí,
ahora estaba obligado a matarla.
—¿Por qué tiene que morir?— le pregunté, algo incrédulo.
—Porque ya no tiene sentido que viva.
Te estás apegando a algo que no llegará.
Y, mientras viva, te hablará de cosas que no son,
de cosas que no serán,
te recordará cosas que fueron, pero que ya no serán.
Lamento ser yo quien te diga esto, pero...
la esperanza te hace daño ahora. Debes matarla.
Antes de que ella te mate a ti —dijo al terminar.
Tenía razón.
Bajé la mirada por un momento, y suspiré.


Más tarde, en el interior de mis palacios,
la encontré allí sentada, esperándome.
La esperanza me miraba fijamente mientras me acercaba.
Una vez que estuve a varios pasos de ella, quise saludarla.
En vano.
Se levantó de su cojín, sacó su espada y la apuntó hacia mí.
—Te conozco demasiado para no saber a qué vienes —dijo.
Quise hablarlo con ella, justificarme estúpidamente.
Pero seamos realistas...
¿Quién justifica un asesinato ante su víctima?
Cerré mi boca entreabierta, no había nada que hablar, 
retrocedí unos pasos, y saqué mi espada, 
la cual había afilado con anterioridad.
Antes de que pudiese pensar en alguna estrategia,
la esperanza me lanzó un movimiento de espada,
directo al cuello.
Pude esquivarlo, por los pelos, pero perdía la postura,
y caí hacia atrás.
Ella se mantuvo firme, esperando que me levantase,
ante la distancia que nos separaba.


—¿Por qué, después de todo este tiempo juntos,
deseas matarme? ¿Ya no soy más tu amiga?
¿Ya no necesitas de mí? —preguntó con gran seriedad en su voz.
Me levanté y respondí:
—No es eso. Has sido una gran amiga,
y tu sustento ha sido determinante para mí muchas veces,
pero ahora es diferente, tu presencia me hace mal,
me hiere, me hace daño, me hace aferrarme a la irrealidad.
Solo puedo pensar en tus razones insensatas,
en aquellas cosas que no volverán,
y que en mi interior me hacen sangrar y llorar.
¡Y eso debe terminar! —exclamé mientras me apresuré a atacarla.
Lancé mi ataque hacia su costado.
Ella bloqueó con su espada y retrocedió.
Pateó su cojín hacia un lado, porque la molestaba tras ella.
—Muero por dentro cada vez que espero lo que no llegará.
Cada vez que me dices que volverá, que existe una posibilidad.
Basta, te digo. Basta.
Ya no vale escucharte si quiero sobrevivir —dije determinado.
Y apunté mi espada hacia ella.


Con que es así, ¿no? —preguntó de manera algo sombría.
Se empezó a acercar hacia mí con su espada baja,
sin mantener la guardia.
¿Qué diablos estaba haciendo?
Se detuvo a unos pasos de mí y habló:
—Al principio pensé defenderme y luchar hasta el final.
No por nada dicen que lo último que se pierde es la esperanza.
No iba a morir tan fácil, y MUCHO MENOS por tu causa.
Pero... —sonrió—, veo que todo esto...
... es solo porque eres un idiota.
—¿Cómo fue? —pregunté anonadado.
—Aprende a escuchar, maldito idiota.
Yo no te prometo el retorno del pasado.
Ni la persistencia del presente.
Ni un futuro cierto y hecho a la medida.
Solo digo que todo estará bien —dijo suavemente.


Me tembló el pulso, no sabía qué pensar.
De repente ella dejó caer su espada,
y empezó a caminar hacia mí.
Mientras ella avanzaba, yo retrocedía...
y sudaba.
No bajó mi espada, pero sí mis ganas.
Ya nada de esto tenía mucho sentido.
Llegué hacia una columna,
ya no podía retroceder más,
pero mi espada seguía en alto.
Ella se acercó y puso su cuello en su filo.
Lo apretó tanto contra sí que empecé a ver cómo,
en pequeña medida,
empezaba a sangrar.
Mirándome fijamente me preguntó:

—¿Tienes lo que hace falta para, 
innecesariamente, 
matar la esperanza?

Una gota de sangre bajó sobre su cuello,
al igual que una lágrima bajó sobre mi mejilla.
Bajé mi espada, la dejé caer, me senté en el piso y lloré.
No sabía lo que estaba haciendo.
La esperanza se sentó junto a mí,
me acogió en sus brazos y me calmó:
—Eres muy torpe, por eso debo ser yo la inteligente entre nosotros.
No te diré cosas que no son.
Pero te diré que luches por cosas que sí pueden ser.
Confía en mí, todo estará bien.


Ella me perdonó, y yo lo hice conmigo.
No espero nada perfecto para mí.
Pero sé que todo estará bien.

Para ti también, ¿sabes?

No hay comentarios:

Publicar un comentario