martes, 17 de marzo de 2020

Verduga

Yo también estuve ahí.
En esa misma posición.
Cáncer que repudio con ira,
ser mágico con el increíble poder
de la ilusión, del soñar,
del engaño.

Yo también lo he hecho.
Omnipotente,
que dada la oportunidad
sentencia a la más inocente víctima
a morir asfixiada en el pozo
de la fantasía y la desesperanza.
Condenada a ver morir lentamente,
en el mejor de los casos,
a aquello que hizo nacer con sus propias manos,
con sus propias lágrimas
y sus propios labios.

Yo también fui el verdugo.
Yo también tomé mi hacha
y despedacé aquellos anhelos
que me fueron entregados con lazos rojos,
los cuales utilicé
para ahorcar sin misericordia
a quien solo pidió algo de vuelta.

Yo también he matado.
He dejado sin vida alguna
todo aquel recuerdo que me haya grabado
con música de fondo,
con risas y bailes,
con tacto suave y sabor a mar,
con filosofía y olor a lavanda.
He dejado en blanco y negro
aquellos momentos a color
que aspiraban nunca acabar en sepia.
He logrado ser para muchas maestro de la imposible alquimia
de transformar en olvido
lo que siempre buscó ser recuerdo.

Pero la vida es ciclo,
y ahora ya no estoy ahí.
Me ha tocado el turno de ceder
mi puesto de verdugo.
Me toca pagar por mis crímenes,
hacer justicia por mis manos
todavía ensangrentadas por cometer el pecado
de la ignorancia y la desconsideración.
Hoy, con mi vista puesta en el cielo,
sin oportunidad de oponer resistencia,
no me queda más que aceptar que perderé mi vida
a manos de una verdadera ejecutora.
Una que conoce mis faltas,
que no necesita escuchar el clamor de mis víctimas
para levantar con fuerza su espada
y poner fin a mi carrera delictiva
con una sonrisa de satisfacción en su rostro.

Porque ambos sabemos que merezco sufrir.

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