lunes, 16 de marzo de 2020

Divisa

Nueva vez mi espalda contra la sábana de mi cama.
Nueva vez la agonía del desconcierto,
de una neblina tan densa que puedo ahogarme en ella
como si fuese agua líquida, haciendo burbujas de llanto,
que suben a la superficie para ser escuchadas por nadie.

Contemplo frente a mí un reflejo que quisiera desconocer,
pero que conozco a la perfección.
Aquel monstruo que nació de las más malas costumbres,
manías, incoherencias y desperfectos de mis antecesores.
Aquella brújula dañada que pretende guiar a otros
pero no encuentra para sí un destino, un camino,
una dirección... ni siquiera una razón para moverse.

Bromeo reconociéndome públicamente,
entre bromas que esconden una verdad que te abraza sin tú querer
como aquella piedra en el camino que todos necesitan.
Ese mineral que sirve para dar lecciones de vida,
que comete errores para volverse sabio
con el propósito de volverse una fuente de sabiduría para todo aquel
que tenga la "dicha" de tropezar con él;
promoviendo ser aquel dulce estorbo que endulza
hasta el más amargo camino.
"La miel más dulce del mundo",
podrán decir algunos,
ignorantes de la tan profunda amargura que provoca
su néctar a sí misma.

Me entiendo producto bruto del universo,
inerte en el espacio, flotando entre las grandes masas celestes,
adornando el paisaje para destacar a todos aquellos astros
que están hechos para brillar, para dar luz,
para dar sentido al bello caos que llamamos vida.
No puedes tener luz sin sombras.
No puedes tener protagonistas sin extras.
No puedes tener excelencia sin mediocridad.
No puedes resaltar sin contrastes.

Las monedas del mundo
obtienen su valor comparándose con otras.
Si el valor de las personas se obtiene de la misma forma
más vale olvidarme de mi divisa.

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