jueves, 21 de julio de 2016

Confesionario

—Padre Vita, he pecado.
—¿Cuáles han sido tus pecados, hijo mío?

—No recuerdo el nombre de la primera chica que me enamoré.
Mentí al decir que estuve enamorado de alguien cuando no fue así.
No confesé mi amor cuando pude.
No estudié lo suficiente.
No fui lo suficientemente aplicado.
Siento envidia, Padre.
No amé lo suficiente.
No besé en un ascensor cuando pude.
No reaccioné a tiempo.
No agarré una teta cuando pude.
Puse mi miedo por encima de mis deseos.
No supe apreciar muchas personas.
Dejé ir oportunidades.
No conocí personas a tiempo.
Fui egoísta.
Fui vago.
Fui aéreo.
Mentí.
Fui cobarde.
No estuve ahí para mis seres queridos.
Los dí demasiado por sentados.
Prometí y no cumplí.
No dí como se esperaba de mí.
Perdí demasiado tiempo...
Me dí el lujo de perderme a mí mismo.

...No estoy seguro, pero creo que es todo por ahora.

—¿Y qué vienes a buscar de mí?
—Penitencia, Padre.
—Pues tus pecados son graves, hijo mío. ¿Estás seguro?
—Sí, Padre. Totalmente.
—Entonces pon atención a mis palabras, hijo mío: Tienes como penitencia perdonarte a ti mismo, levantar tus anclas y continuar tu viaje por la vida. Debes tener el coraje de bajar tus velas, aprovechar los vientos y trazar tu ruta hacia donde indique tu brújula; ni más ni menos. Tienes como penitencia buscar tu felicidad contra viento y marea.
—¿Y cuántas veces debo emprender viaje, Padre?
—Cuantas veces sea necesario. Cuando completes tu primer viaje, vuelve hacia acá.
—Muchas gracias, Padre.
—A tu servicio, hijo mío.
—La bendición, por favor.
—Ya la acabas de recibir.

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